Los cubiertos

No entiendo por qué, si yo marco los cubiertos con cierta distancia entre ellos (para que quepa el plato), cuando llego cargada con 40 platos me encuentro los cubiertos con una distancia menor. ¿Cómo mierdas quiere que le coloque el plato en la mesa, si usted me ha removido los cubiertos y encima es consciente que no tengo manos libres? ¿Se lo sirvo con la boca mientras yo me encargo de recolocarle los cubiertos como estaban al principio? Y ya ni hablemos cuando les da por colocar los cubiertos en cruz, o en paralelo justo donde debería ir el plato. ¡Deje los cubiertos quietecitos, que no le han hecho nada!

Y luego están los histéricos que se creen que tienen una batería en la mesa y se hacen un solo con los cubiertos a modo de baquetas. Si los vasos son Duralex… mire, haga lo que le dé la gana -si son Duralex se pueden imaginar de qué tipo de restaurante hablamos-, pero si son unas copas Riedel, lo único que puede conseguir con su solo de batería es, liarla. Y mucho. Y encima decir «uy, se ha roto la copa»…

Pero luego llega el mosqueo en el momento que marcas la mesa con sus correspondientes cubiertos, llegas con su correspondiente plato y… ¡Taráaa! Uno de los cubiertos ha desaparecido. En ese caso… corramos un tupido velo y hagámonos los tontos y sobretodo, ¡no hay que desconfiar del cliente! Y lo digo yo, que me llevé un tenedor del 7 Portes.

Entonces llega el momento de retirar la mesa. Lo correcto sería que si retiramos un plato, retiramos con él los cubiertos -estén usados o no-. Pero resulta que tienes un cliente juguetón que se pasa la cuchara entre dedo y dedo, la chupa y la rechupa, y no se da cuenta que necesitas la cuchara chupeteada para llevarla con el plato. En ese momento, sorprendido, te la da. Pero te la da por el lado chupado. Gracias, muy amable.

Los cubiertos sirven para comer. Para evitar que se lleven la comida a la boca con los dedos. Sirven única y exclusivamente para eso, así que úsenlos con su fin, ¡por favor!

 

La pasaplatos sentimental

Los camareros también lloramos. Y sufrimos. Y se nos muere un familiar. Y también se nos escapa gente de la vida la cual tenía que quedarse para siempre.

Hoy no me da la gana de hablar sobre trabajo. Porque es mi día de fiesta e intento pensar lo más mínimo. Porque los camareros tenemos vida y no es un mundo de flores ni somos los psicólogos de nadie… es más, a veces los necesitamos nosotros mismos.

A veces vamos a trabajar habiéndonos levantado con el pie izquierdo y no tenemos ganas de nada. Pero a las 13.30 h. somos personas nuevas, las cuales no tienen problema alguno.

Si algún día, a un camarero se le nota ese mal día, pido disculpas en nombre de todos… porque también sufrimos.

Bona nit-

Extranjeros y nacionales

Cómo se nota el país en el que hemos sido educados… soy catalana, nacida en Barcelona. De padres catalanes y abuelos no tan catalanes, y aún así todavía sé cómo comportarme en un restaurante.

Resulta que trabajo en un restaurante en el cual el 90% de los clientes son extranjeros: (el autocorrector me acaba de recordar que no se escribe «estrangeros» ._.) americanos, ingleses, nórdicos e incluso asiáticos.  El otro 10% podéis imaginaros de dónde vienen y de qué clase social son.

¡¡Bendito cliente americano!! Si le pides que venga a las 13.30 h., está a las 13.29 h. Si le pides que no venga en bermudas y sandalias con calcetín blanco, te aparece con traje y zapatos Oxford recién lustrados. ¿El de aquí? Te viene por fascículos y a la hora que le sale de las narices. Y hechos un cromo recién salidos del UVA.

Anteayer, un sábado al mediodía (ese día que nos encanta a los domingueros, si se cierra los domingos) vino una mesa de dos matrimonios DE AQUÍ. Pero no de aquí del Poblenou… de aquí de Sarrià. La reserva era a las 14.30 h. (tócate  los huevos). Uno de los matrimonios llegó a las 14.45 h. y el que aparcaba – típica excusa – a las 15.00 h. Ya empezamos mal: cuando la mesa tendría que haber empezado a las 14.40 h. empezó a las 15.15 h. Te piden dos Bitter Kas y dos cañas. Empezamos de puta madre. Sólo les faltó pedirnos unas olivitas «o algo». Comenzamos la mesa con un maridaje bastante de aquí: (de los que nos gustan a los domingueros, vaya) un vermut con sifón y unas tapas -las olivitas y el «algo»-. Me dispongo a explicar el maridaje y sudan de mi santa cara… es más interesante pasarse las tres horas de comida hablando de política; ese tema que nos encanta tocar en la mesa y en família (si es que somos originales -y cutres- hasta para hablar de algo). Y así fue durante todo el mediodía: intentando pedir permiso (y disculpas) para explicar vinos y platos. Tener que volver a repetir la explicación porque: Ay, ¿qué ha dicho que era esto? Y tener que pedir perdón varias veces porque le has pisado… porque estaba en postura terracita del bar.

Pero vienen 20 clientes extranjeros y te sabe a gloria. Porque vienen a su hora; hablan de lo bien que están comiendo y se sientan como Dios manda.

¿De aperitivo? Pues dos copas de cava o de champagne, como debe ser. ¿Pedir? En dos minutos lo tienen clarísimo. ¿Explicar maridaje de vermut? Se callan y lo flipan en colores. ¿Explicar los platos? Dejan de hablar de lo felices que son para escucharte. ¿Cafés? Dos espresso. Ni infusiones ni hostias. ¿Copas? «No, gracias. Estamos bien :)». Uno de aquí te hubiera pedido un carajillo de Brandy y luego un Gin&Tonic, cuando los extranjeros se lo  toman de aperitivo (Challenge accepted). Y se terminan el último sorbo de café, alaban tu trabajo, te dejan una propina contundente, y se van. ¿Los de aquí? No hase falta que dises nada más.

¡¡Dios bendiga al cliente extranjero!!