Tiempos de cambios

Dudo mucho que un cliente -o una persona que no se dedique a la hostelería- se haya planteado alguna vez qué es ofrecer tu vida entera a una profesión como esta.

En este post voy a abrirme y a explicar qué ha sido de mi vida estos últimos seis meses: pues solamente los más allegados saben realmente los motivos de por qué he dejado -no sé si temporal o definitivamente- esta «bonita y sacrificada» profesión.

Los que me han seguido desde el principio en esta «aventura tecnológica» (sí, desde mi famoso sueño lúcido) saben y conocen perfectamente mi pasión por este mundo, y consecuentemente, su lado oscuro.

Con este ejemplo me dirigiré fortuitamente a mmm… un banquero.

–  ¿A qué te dedicas?

–  Trabajo en las oficinas de un banco.

–  Pf, o sea, que robas.

Vamos a analizar esto:

  • La persona en cuestión que trabaja en el banco, no ha usado en ningún momento el término «banquero».
  • Se ha menospreciado o insultado a esta persona sin saber qué hace exactamente; qué puesto tiene y se ha dado por sentado algo que, posiblemente, no hace. En este caso, robar.

Si esta misma conversación la traducimos al ámbito hostelero sería algo así:

– ¿A qué te dedicas?

– Trabajo en un restaurante.

– ¿Camarero?

Los puntos comentados anteriormente son muy similares entre ambas situaciones. Lo único que cambia es el enfoque que se le da. Pues en el primer caso eres un banquero de puta madre que tiene un horario de 8 am a 3 pm; y en el segundo caso eres un camarero de mierda. Ahí es adónde quiero llegar: el poco valor que tiene esta profesión.

Estos dos últimos años he estado viviendo y trabajando en Menorca. Cabe esperar que es un destino vacacional; que el volumen de gente en verano es exagerado; que los turistas van a comer y no a opinar sobre cómo es el servicio (aunque siempre hay alguien que sigue haciendo críticas hijoputescas en TripAdvisor firmadas por domingueros que vienen de pasarse todo el día tostándose al sol cual lagarto en la playa) de un restaurante.

Cuando vivía en Barcelona tuve la suerte de ser empleada de un conocido restaurante de la ciudad, puntuado con una Estrella Michelin. En dicho restaurante aprendí, valoré y disfruté mi vocación. Por cosas del destino (o no) me mudé a la isla donde siempre quise vivir y trabajé en tres sitios distintos: uno como maître; otro como ayte. de camarero y en el último como ayte. y posteriormente como maître. Tengo que reconocer que fueron dos años muy complicados: pues me fui sola cargando el peso de una reciente ruptura amorosa y a un pueblo donde era «la nueva». Y lo más importante, a un lugar donde tus conocimientos tienen un valor absolutamente NULO.

Después de pasar un verano de pena, tomé una de las decisiones más importantes de mi vida: dejar la hostelería. Los tres meses de verano parecieron una eternidad. Los descansos entre turno y turno eran escasos. Los problemas o acontecimientos que ocurrían en la jornada laboral, era imposible no cargarlos a casa y a tus más allegados. El ÚNICO día libre era imposible desconectar. Los ratos para uno mismo se convertían en ratos para limpiar el piso; hacer lavadoras y demás «quéhaceres». Mi vida se convirtió en una no-vida.

Lo medité. Lo volví a meditar y me volví a Barcelona. Sabiendo que posiblemente no iba a tocar más la hostelería siempre y cuando no fuera desde el lado del que uno lo disfruta: el cliente.

Con esto quiero y deseo que no menospreciéis el trabajo de la gente que está metida en un restaurante. Sea la persona que limpia, la que cocina o la que te lleva el plato caliente a la mesa. Es un oficio MUY sacrificado y necesitamos que seamos valorados, al igual que en cualquier tipo de trabajo.

Y por último, nunca juzguéis un libro por su portada. Que una persona esté tatuada y/o vaya agujereada no significa que haya salido de la cárcel. Es muy probable que esa persona tenga muchos más conocimientos que una trajeada portando un maletín de piel de cocodrilo de la selva Amazónica.

Esta entrada no es un adiós, es un «seguiré cagándome en todo» :).